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¿Pero qué sería de Los Planetas sin esas tensiones internas que son precisamente las que les mantienen más vivos y actuales que nunca?

Los PlanetasEsta semana, nunca mejor dicho, una “X” negra decora en el calendario de muchos de los que nos encontramos entre los 28 y los 45 años. Esa generación supuestamente preparada y culta cuya pubertad transcurrió durante un periodo de falsa abundancia y que ahora engrosa la cola del paro, sino es que cobra un sueldo mierda o lee esto desde el exilio.

Hace 15 años que se editó Una semana en el motor de un autobús, obra cumbre de Los Planetas, y un libro de estilo para todos los que comenzábamos a advertir un vacío interior cuando, sin embargo, se nos transmitía que todo iba tan bien; un hachazo en la cabeza en forma de CD que cambió para siempre nuestra manera de percibir la música y la vida.

El álbum que casi acaba con Los Planetas (así lo asegura la recomendable y amena historia que nos narra Nando Cruz en el libro que editó Lengua de Trapo en 2011) sirvió, sin embargo, a cientos de miles de jóvenes (“porque seremos cientos”) de llave maestra con la que abrir fronteras e infinitas puertas sonoras y filosóficas. De repente, el rock en castellano imitaba, sin complejos y con letras de alto nivel compositivo, los impulsos del rock alternativo y el imaginario shoegaze que se practicaba en Reino Unido y Estados Unidos. Para algunos, que lindábamos la mayoría de edad y nos agarrábamos a la visceralidad del rock urbano o, como mucho, a la prosa certera de Los Enemigos o los Surfin Bichos, Una semana en el motor de un autobús fue el pasaporte mental a las guitarras enmarañadas y las atmósferas que promulgaban grupos de fuera comoSpacemen 3, Jesus and Mary Chain, Sonic Youth, My Bloody Valentine, Pavemento Mercury Rev.

La poesía del ruido comenzaba a transmitirnos placer y daba sentido a todo pervirtiendo, por fin, las producciones “cuarentaprincipaleras” con las que las emisoras dominantes lobotomizaban al personal. Por mucho que para nuestros mayores no fueran más que interferencias desafinadas, algunos escapamos de la borrega mediocridad subyugados por esa “X” tóxica que ha quedado grabada nuestro subconsciente. El mentecato de Aznar (ahora amenaza con volver) se había hecho con el poder por primera vez y ya perpetraba los cimientos de un futuro en ruinas mientras su bigote y sus políticas del carpe diem relucían en espejismos de falsas armas de destrucción masiva. Al mismo tiempo, una manada de jóvenes con móviles enormes de primera generación, inquietudes y dudas, se pegaba sus primeros baños de agosto en Benicàssim. El FIB tampoco se había vendido a Mr. Marshall y era un lugar adorable y original donde drogarse y disfrutar en directo de todos esos grupos que fanzines y revistas especializadas nos habían inoculado. Como toda generación, la de los 90 en España necesitaba un disco autóctono de referencia al que agarrarse y ese fue Una semana el motor de un autobús.

Depende de cómo y en qué momento llegara. Algunos ven este tercer disco de Los Planetas historias descarnadas de amor y, sobre todo, desamor. Otros (parece que es lo que realmente les rondaba a ellos en la cabeza), observan el álbum como la lucha constante del individuo (en este caso una banda) por sobrevivir a las situaciones más extremas. ¿Qué más da?

Precisamente son las letras ambiguas y crípticas, siempre al servicio de la música química, las que elevan el álbum a una categoría casi mística. Meridiano es que en los 58:54 minutos que pasan desde que entran las primeras baterías de “Segundo Premio” hasta la explosiva catarsis que supone la consecución de “La Copa de Europa” nadie queda impune.

Para conmemorar la fecha, y más por cuestiones comerciales que por la apetencia de los propios Planetas, acaban de reeditar el disco en una tirada limitada en vinilo (prácticamente agotada en 2 días) y otra en iTunes y CD que incluye maquetas del álbum nunca publicadas ni escuchadas hasta la fecha. Además, el sábado 25 de mayo, al abrigo del Primavera Sound, interpretarán el mítico álbum al completo y en riguroso orden. Una actuación bien pagada por el festival barcelonés y que no ha estado exenta de polémica, pues hasta el último momento fue duda la participación del batería Eric Jimémez por desavenencias con Jota, líder de formación.

¿Pero qué sería de Los Planetas sin esas tensiones internas que son precisamente las que les mantienen más vivos y actuales que nunca? ¿Cuántas veces se les ha dado por casi disueltos y han renacido triunfantes?

En una entrevista reciente, cuenta Jota que sí, que es cierto, que la banda llegó al límite durante la gestación de Una semana en el motor de un autobús. Pero que es en esa intensa tesitura donde se logran los estados de ánimo idóneos para apreciar y generar el arte más valioso. Los Planetas giran constantemente en esa peligrosa relación gravitatoria. Y fue en el 98, cuando casi se queman por el sol, el año en que nos regalaron su obra de arte capital. Esa semana en el motor de un autobús que dura ya 15 años.